Cuando era una adolescente, alguien muy querido me regalo una tarjeta con la frase de Rabindranath Tagore «Dormía y soñaba que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era servicio, serví y vi que el servicio era alegría». Por el cariño con el que me llegó la puse en la pared de mi cuarto, y acabé aprendiendo la frase hasta tal punto que pensé que la entendía, porque entendía las palabras y entendía el concepto.
Ha pasado mucho tiempo hasta poder comprender el verdadero significado de «Dormía», «desperté» y «vi». Han pasado muchas cosas en mi vida para comprender el significado de «soñaba». Los estados emocionales embotan la espiritualidad sumiéndote en un letargo como a los comedores de loto de la Odisea, que se olvidaban de sus objetivos y de sus familias. Así, al nacer olvidamos nuestros orígenes, olvidamos nuestros objetivos, olvidamos nuestros recursos.
Los estados emocionales te presentan el mundo de tal forma que acabas creyendo que conseguir la cosa más insignificante es el motivo de tu existencia, haciéndote olvidar que lo verdaderamente trascendente está en ti. Como auténticos lotófagos acabamos distraídos de la realidad eterna, y creemos que el sentido de la vida se encuentra en una vivienda digna, un trabajo remunerado y una familia a la que amar. Mínimos en una prospera sociedad que promete felicidad a quien lo consiga. Y con la búsqueda de este sueño, nos endeudamos con hipotecas que nos ahogan, trabajamos con frustración por un salario que garantice nuestro amor por los nuestros.
Pero la vida, las experiencias y la propia conciencia habrá de producir minúsculos despertares, pequeñas tomas de consciencia que te permitan empezar a apreciar que el verdadero amor es ese que te hace sentir más agradecido al hacer un favor que al recibirlo. Y llega un día, en el que te sientes despierto y dices: «Dormía», y todo lo que creía no era más que un sueño, he estado enredándome en formas educativas, etiquetando el bien y el mal, adjudicando valores a cosas que no las tienen. Y llega un día en el que despiertas y te ves, entregándote más allá del sacrificio y de la propia renuncia, porque ese es el amor que hemos aprendido. Y llega un día en el que despiertas y te reconoces con el poder que en realidad tienes y te permites dejar de pre-ocuparte, te consientes no sentirte culpable, te sabes merecedor de ser feliz. Te liberas del yugo del plano denso que tanto te pesaba y te sumergía en las aguas de la angustia y del dolor para sacar por fin la cabeza al aire liviano de una vida más plena, más libre, más feliz.
Entonces y solo entonces estás en condiciones de servir, cuando te amas a ti mismo, puedes amar a plenitud a los demás. Cuando conoces tu espacio, respetas el espacio de los demás. Cuando te sientes lleno por dentro, estas en situación de dar. Cuando aprendes que el servicio está lleno de respeto, de amor incondicional e indiscriminado…. entonces y solo entonces «…el servicio es alegría».